Un nuevo encuentro del Observatorio que camina
Un nuevo encuentro del Observatorio que camina
Un nuevo encuentro del Observatorio que camina

Por Rodrigo Martin (*)

¡Hola! ¿Cómo estás? Déjame contarte sobre una nueva salida a “encontrarnos” que hicimos este fin de semana. Desde hace siete años, vamos construyendo el Indicador de Integración y Desarrollo que nos ayuda a conocernos un poco más y socializar información de cómo estamos como pueblo, como nosotros pueblo.

Este año, a diferencia de los últimos, incorporamos una encuesta que está inspirada en la última encíclica de nuestro querido Santo Padre DILEXIT NOS, que resumo en “Volver al Corazón”. Esta encuesta se orienta a los vínculos, por ejemplo: cómo te sentís, si tenés lugares en el barrio donde te soltás, dónde se te escucha, dónde te sentís valorado o valorada, etcétera.

Este sábado estuvimos en el Barrio Las Rosas o también 10 de Mayo, son colindantes y según a quién le preguntes, será uno u otro. Tiene muchos problemas como gran parte de nuestros barrios, pero este, además, es muy bajo y atraviesa un canal que, entiendo, es un brazo del arroyo Rodríguez. Como saben, toda esta zona es una gran cuenca que llega al Río de la Plata (allá abajo) de alguna u otra forma ordenada (o caótica).

De la misma manera que allá con las primeras jornadas de los pobres el Papa Francisco encendió la luz de este faro al decir que no amemos con palabras, sino con obras, hoy en el adviento nos invita a vivirlo como una espera activa y transformadora, donde el cambio comienza en el corazón de cada uno de nosotros. Nos recuerda que somos un pueblo en camino, llamado a construir relaciones humanas más profundas, donde los vínculos de fraternidad nos humanicen y nos devuelvan el sentido de pertenencia a una familia común.

Es un llamado a salir de nuestras comodidades, a acercarnos a quienes menos tienen en lo material, pero que con su riqueza relacional y espíritu solidario nos muestran el rostro más auténtico de la humanidad. Nos desafía a reconocer que el cambio auténtico no se limita a las estructuras externas, sino que nace en la forma en que nos relacionamos con los demás y con el mundo que habitamos.

Adviento es un tiempo para reconciliarnos con la creación y aprender de aquellos que viven con sencillez y generosidad, valorando lo esencial. Nos invita a ver en ellos una sabiduría que trasciende lo material, un ejemplo de cómo los vínculos humanos y el cuidado mutuo pueden regenerar tanto nuestras comunidades como nuestra casa común. En su conexión con la naturaleza y en su capacidad de compartir, encontramos una brújula que nos guía hacia un modelo de vida más solidario y sostenible, que priorice el bien común sobre el individualismo. En nuestra sinodalidad miremos, hablemos, ya que ese es el verdadero faro que nos enseña que los bienes más valiosos no se compran ni se venden: se comparten y se cuidan juntos.

En estos años vimos que, cuando más se necesita, cuando se inunda el arroyo y todas las casas de al lado tienen medio metro de agua, cuando hay que asistir a quienes tienen problemas de hacerlo por sus propios medios, a levantar las cosas, a sentar arriba de la mesa, a evacuar…, es el pueblo el que llega primero. Es esa red viva.

El pueblo encuentra su fuerza en los vínculos que sostienen la esperanza, especialmente en aquellos que, aun en medio de las dificultades, son capaces de regalar tiempo, escucha y apoyo. Es allí donde se hace visible el espíritu de fraternidad, el verdadero salvavidas en un mundo herido por la desigualdad y el individualismo. Pueblo que regala el bien más importante, el relacional y que no persigue interés más que la gratuidad. El Papa nos interpela a ser ese pueblo que, mirando a los más pequeños y humildes, se transforma en signo vivo de esperanza, preparando juntos el camino hacia un futuro más justo, más humano y más hermano.

Nadie se salva solo.

(*) Director del Observatorio Socioeconómico de la UCALP.