20 de junio: Día de la Bandera
El 27 de febrero de 1812, en la Villa del Rosario, Manuel Belgrano izó nuestra bandera por primera vez, la cual había sido confeccionada por María Catalina Echevarría de Vidal, una hija de inmigrantes vascos, amigos de Belgrano.
El 25 de mayo de ese mismo año, con la finalidad de cohesionar a los integrantes de su tropa y celebrar el aniversario de la Revolución de Mayo, volvió a enarbolarla y pronunció, entonces, las siguientes palabras:
… veis en mi mano la bandera nacional, que ya os distingue de las demás naciones del globo… No olvidéis jamás que vuestra obra es de Dios; que él os ha concedido esta bandera, y que nos manda que la sostengamos.
Debió esperar cuatro años hasta que el Congreso de Tucumán la oficializara, después de algunos debates y objeciones del Triunvirato. Se han manejado muchas hipótesis acerca de la elección de los colores y más aún del uso de estos.
Lo cierto es que, si observamos nuestra bandera desde las actuales corrientes de la historiografía del tercer nivel, superadora en algunos aspectos de la historia de las ideas y la historia de las mentalidades, y complementaria, en otros, de las historias políticas o económicas, como disciplinas fuertes o de base, podríamos llegar a algunas consideraciones esclarecedoras.
La historia del tercer nivel nos aporta un plus de conocimiento que no puede asociarse con la dicotomía verdadero-falso, dado que se maneja con otro tipo de fuentes, las construcciones imaginarias de carácter individual o colectivo, donde los símbolos, las consignas y los carismas nos refieren a lo que subyace en los acontecimientos más pequeños o relevantes.
El blanco y el celeste elegidos o ratificados por Belgrano podrían relacionarse, en primera instancia, con los colores de la escarapela, pero además podrían aludir al cielo, al manto de la virgen, a la trascendencia del accionar humano como el mismo Belgrano se encargó de decirlo.
En un proceso donde el bufete del abogado y las ideas del economista (que debatía el mercantilismo y propiciaba la fisiocracia) debieron ser abandonados por las urgencias de los campos de batalla, en un corto tiempo donde el súbdito de la Corona necesitó transformarse en revolucionario, Belgrano no buscó los colores de la sangre ni los signos convencionales del poder para representarnos.
Ni las águilas ni los leones rampantes, simplemente el celeste y el blanco como aspiración final de un inconcluso proyecto de país, donde su pobreza y su muerte, en un lejano 20 de junio, legitiman cada vez más su vigencia y la ejemplaridad de sus actos.
Dra. María Teresita Minellono
Decana Facultad de Humanidades UCALP